La coreografía de lo evidente
- Don V.
- hace 12 horas
- 2 Min. de lectura

Hay una especie de urgencia en mostrar la vida. No de vivirla, sino de exhibirla como quien redacta un instructivo, como si el mundo necesitara una bitácora emocional constante, con imágenes cuidadosamente elegidas y frases que, bajo la máscara de lo universal, parecieran más bien un susurro ególatra.
Qué empuja a ciertas personas a convertir cada gesto íntimo en una proclama pública? Por qué el amor necesita una crónica, el ejercicio un video, el desayuno una moraleja, la musica un juicio? Es el registro un modo de existir o una manera de probar que se existe? Y ante quién?
No hay juicio, sólo desconcierto. Porque quizás detrás de esa compulsión por documentar cada instante haya un temor, el miedo a que lo no compartido no haya sucedido, a que lo vivido en silencio no tenga valor.
Observo (sin certezas, pero con una sospecha) que tal vez algunos no buscan vivir intensamente, sino ser intensamente percibidos. No buscan sentido, sino reacción. Y en ese juego, el vivir se vuelve representación.
Y lo inquietante no es sólo esa puesta en escena constante, sino el mandato que la acompaña. Porque no alcanza con mostrarse, hay que convencer. Como si existiera un solo modo de estar en el mundo, y los demás fueran apenas desvíos que molestan.
Como si la felicidad tuviera instructivo, y aquellos, los que lo hubieran escrito. Pero qué pasa cuando uno no aplaude la función? Cuando no actúa, no acata, no reacciona, no replica.
Porque hay algo inquietante en esta nueva especie de profetas digitales, que entre filtros y eslóganes reparten certezas como si fuesen verdades reveladas. No preguntan, decretan. No sugieren, dictan. Y si no aplaudís, si no cumplis, si no te alineás con su modo de habitar el mundo, entonces sos “el que no entendió”, “el desertor”, “el que ya recibira su merecido por no alinearse al facto”.
Curioso, en su búsqueda de autenticidad, construyen un dogma. Y como todo dogma, exige conversos. Porque nadie que se crea dueño de la verdad soporta demasiado bien a quien simplemente elige omitirlos y vivir libremente.
Tal vez el problema no sea el deseo de mostrar, sino la arrogancia de creer que hay una forma correcta de ser y hacer. Y peor aún, que es necesario imponerla.
Será que algunos no quieren que vivas mejor, sino que vivas como ellos?
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